martes, 29 de octubre de 2013

Mi indiferencia me hizo débil, sus besos habrían sido la única cura razonable, pero poca gente me vio hundirme con mi insensibilidad. Fingía ser indestructible, solía ser la más fuerte de entre todas las personas conocidas. Dejé de sentir, de querer, aparentemente nada me lastimaba, aparentemente. Entre sus brazos me sentí tan auténtica, tan yo misma, él no creo que se llegara a dar cuenta, nunca me prestó la atención suficiente como para hacerlo. Me llamaron guarra por meterme en su cama cuando el frío y la noche acechaban, sin saber que era el único cobijo a mi inestabilidad.
Nunca había sentido el corazón latir hasta que tuve su pecho bajo el mío, me escondía en el calor de su cuerpo cada noche, sonreía tío, con él no dejaba de hacerlo, y cuando él lo hacía, tío, cuando él lo hacía cualquier cosa perdía su sentido, todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo se relajaban transformándome en un ser impasible. Sus labios fueron mi asilo y a la vez mi perdición.