miércoles, 3 de abril de 2013

Inmersa en el ruido de una ciudad en caos buscaba sus ojos, aquellos que me había observado fijamente para robarme una sonrisa en tantos momentos. A medida que pasaba el tiempo, sentía más mi debilidad, y en consecuencia un miedo infinito a no encontrarlos. Puede que se tratara del ambiente de aquella ciudad que me contagiaba, y empezaba a similar paranoica, me temblaban las piernas y mi pulso aceleraba. Temía, y el miedo estuvo a punto de vencerme, quería marcharme corriendo, todo por no aguantar más aquella angustia, y me decidía a hacerlo cuando de pronto tuve la certeza de que llegaría. Vale, realmente no tuve en ningún momento la certeza de ello, pero analizándolo cual relación-causa efecto establecí una relación entre lo que ocurre cuando lo deseas con fuerza y lo que luchas por ello, si, eso es importante. Por eso no me rendí y permanecí allí, incansable, soñadora. Y tenía como posibilidad no sacar nada bueno de aquello más que un caos mental, pero seguí luchadora, os hablo de constancia.
No tuve que esperar mucho más para sentir su presencia, pero por mucho que mirara a mi alrededor seguía viendo lo mismo, mi pánico reflejado en todo aquello que observaba, pero constante seguía buscando, y lo encontré.
Mi pulso aceleraba cada vez más a medida que caminaba hacia mi, sin perder sus ojos en ningún momento, me quede paralizada, pero conseguí caminar en su dirección acelerando ambos el paso a medida que nos acercábamos el uno al otro. Lo alcancé y con el primer contacto sentí un impulso, como si de corriente eléctrica se tratara, recorrer mi cuerpo, estimulando cada milímetro de mi piel y haciéndome estremecer. Nos perdimos el uno en el otro, hundiéndonos en un un abrazo, como si antes de eso estuviéramos incompletos.
Sé que no entenderéis lo próximo, tuve miedo a continuación y necesité valor para enfrentarme a aquellos ojos, pero ¿había llegado hasta allí no? Levanté la mirada para a continuación, después de encontrarme con ellos y con mis ojos humedeciéndose volver a fundirme en su pecho, inconfundiblemente gratificante.
Y abrazándonos mientras la emoción en ambos recorría nuestras entrañas y lagrimas no dejaban de recorrer nuestros rostros, ignorábamos lo exterior, todo el ruido de una ciudad en caos, sin más vocación que la persona a la que nos aferrábamos, simulando a ojos de quien allí a la vista de todos nos prestaban atención, insaciables.